Y ahora, otra mirada…
La fotografía es el verso de la imagen, como aquél un mero intento, inútil, de ser abismo al que asomarnos, sabiendo que, en el fondo, sólo es una huella interior que nos aflora, el eco vacío de nuestras propias voces, el reflejo borroso de un espejo empañado al que tememos enfrentarnos.
Se nos hace difícil distinguir aquel horizonte en el que el mar y el cielo se confunden, ese territorio esquivo donde la vista se detiene y transcurre lentamente, como perezosa de abandonar el mundo que conoce. Es en esa frontera tenue, metáfora del tiempo que transcurre entre la vigilia y el sueño, que reside la mirada que aquí se nos presenta.
Aquí los límites son otros y, sin embargo, nos recuerdan a aquéllos. Aquí es el objeto el que reclama su existencia mortal o, tal vez, simplemente observa con envidia a la piel que se aproxima.
Y es así, que mirar y ser mirado es sinónimo de una sorda batalla, tras la que sólo quedan muñecos rotos y miradas perdidas, trozos de vida que quedaron atrapados para siempre, pasiones de escaparate que ahora se acompañan de mudas voces, de deseos contenidos, de lo que mañana posiblemente serán súplicas.
Todos hemos sido objetos y todos hemos poseído, en todos nosotros existen las dos caras de una misma moneda que el azar arroja al aire caprichoso, indiferente juez que nos pronuncia su sentencia de verdugos o victimas.
Ese azar es ahora esta mirada, la que igual de caprichosa reparte los papeles.
Juan de Algaba
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